miércoles, 15 de mayo de 2013

Piñel presenta una obra dotada de frescura y autenticidad, no convertida en receta fácilmente viable o comerciable. Sus telas aparecen cubiertas por manchas que se aproximan más a un organicismo de tipo abstracto, que a una figuración reconocible. Bajo estas manchas se abren con frecuencia otras, a manera de lagunas, y ambas se muestran circundadas por campos de color cuyo límite coincide con el mismo límite del lienzo. El lado informal no es aquí simplemente un complemento del sígnico, es más, pese a llamarle informal, consideramos que se trata de un arte eminentemente formativo, ya que lo puramente informal sería la extrema degradación del abstraccionismo que deja de lado toda voluntad compositiva, y en la pintura de Piñel, razón y orden sirven precisamente a un arte eminentemente formativo.
Creemos que en su pintura trata de penetrar en un subsuelo humano y terrestre cuyo misterio intenta revelar, descubrir visceralidades todavía inexploradas, mundos arcanos para los cuales esa acepción nueva de la forma halla una razón profunda: la de prescindir de contornos conocidos y destruir la simbología precisa del signo, precisamente para encontrar un signo más genuino y una composición idónea para la estructuración de su mundo.
Es difícil encontrar en sus superficies pictóricas un espacio abierto. Toda la obra se desarrolla a diversos niveles planimétricos, y es la diferencia que unos y otros señalan la que da noción de un espacio intermedio, anterior o posterior, sin que en ningún caso fluya libremente entre los planos, negando así toda posibilidad de existencia al vacío. Es de destacar la preponderancia de un orden compositivo perfectamente equilibrado. Las manchas se ordenan con frecuencia a partir de un centro o en torno a insinuadas coordenadas y es la voluntad de captar la esencialidad por la vía de la sobriedad y del ascetismo lo que caracteriza mayormente a su pintura.


Rosa Martínez de Lahidalga

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